Conectar con nuevas personas es de las cosas más lindas de ser humano. Especialmente cuando estoy viajando, sobre todo por el intercambio cultural que tienes presente, el aprendizaje. Conocer una cultura, como un mero turista es hermoso, pero cuando es de la mano de alguien local se convierte en una experiencia totalmente distinta. En ese aspecto nunca tuve problemas, principalmente porque tiendo a darle confianza rápidamente a las personas, se que esta mal, pero lo hago. No soy ingenuo, pero, si perdemos la habilidad de poder confiar y abrirnos hacia otros, donde quedamos como sociedad?
Al segundo día del viaje llego Ricardo a compartirlo conmigo. Nos conocimos unos meses atrás en Buenos Aires cuando fue a conocer la ciudad con su pareja. Encantadores, brasileros y con una habilidad para tomar incontrolable. Cuando recibí su mensaje unas semanas antes de viajar, me sorprendí. Estaba algo desesperado, quería ir, pero no tenía donde quedarse. Por el tiempo, todo estaba reservado o astronómicamente costoso. No lo dude – Quédate conmigo – le dije.
A mi mejor amigo, no le pareció buena idea, razón tenía. Como iba a ofrecerle a alguien a quien solo conocía de un par de días, quedarse conmigo. Y si era un loco? Y si me robaba? Y si pasaba algo peor? Y si, todo eso era una posibilidad. Pero simplemente cuando siento que algo es correcto, quiero hacerlo. Y quien soy para decirle no a mi intuición. Usualmente suele tener razón.
Esa mañana con la punzante resaca, llene mi cuerpo de cafeína. No la mejor idea para alguien que sufre de nervios como yo, pero tenía que estar a la altura del viaje, no podía perder el tiempo durmiendo, ¡Estaba en Rio! – Vamos a la playa – dijo Ricardo. Sin dejarme tiempo de decidir, comenzó a cambiar su ropa y prepararse. Aunque no era de Rio, era de Brasil, así que, técnicamente, era local.
Aunque soy una persona que nació en las montañas y disfruto inmensamente las alturas, con su naturaleza y paz que trasmite. Mi alma quiere y debe ser enterrada en el mal. La arena, las olas, la espuma quebrando en la orilla. El vibrante sol, intenso, lleno de vida. El olor de la sal, tan fuerte que puedo sentirla en mis papilas gustativas, cosquilleando y erizándome la piel, divinidad pura. Si alguien no cree en lo divino, el mar en sí, para mí, lo es. Toda la mañana fue eso, arena, libros, agua de coco, caipirinhas y charlas. Ponernos al día, reírnos de lo random e impredecible de la vida. Diciendo mil veces que no a los vendedores locales (algunas veces sí) Entonces, si le decía que no. Si no le ofrecía quedarse conmigo. Que triste hubiera sido esa mañana, no? Puede ser, pero no me quede con la intriga.
Tarde pero a tiempo
Dicen que el mejor plan, es no planear nada (o algo así) en efecto, no teníamos un itinerario concreto sobre qué haríamos cada noche. Principalmente me adaptaba a las propuesta de Darío y su eterna sabiduría de encontrar los mejor lugares, fiestas, eventos, etc. Cualidades que pocos tienen y el maneja con excelencia. Esa segunda tarde realizaríamos una caminata con dirección al Cristo Redentor. Una maravilla del mundo y un desafío por la naturaleza, tarde soñada. Pero, aunque Darío tiene el don de la planificación, no posee el dónde del tiempo.
Llegamos tarde, fue imposible poder ingresar al camino correspondiente para iniciar el recorrido. Pero no todo fue perdida, ya estábamos en el Parque Lage, mas vale darnos el tiempo de conocerlo.
Que hermoso es poder ingresar en la tranquila y armonía de la naturaleza en medio siempre del caos que presenta la ciudad. No solo en Rio, cualquier ciudad. Son pequeños espacios de serenidad. Fue hermoso conocerlo. También en parte porque no es una caminata concreta de un camino pavimentado. Sientes que estas subiendo la montaña (en parte es así) No lo sientes un parque, ni un punto turístico lleno de gente, fotos y la pretensión de querer mostrarlo en redes sociales.
En ciertos momentos me recordaba a casa. Caminando por las montañas de mi ciudad natal, mis amigos un viernes por la tarde. No resbalarnos en el lodo, 3 botellas de alcohol, una caja de cigarrillos y toda la disposición a pesar las mejores noches a la luz de luna. Charlando, riéndonos, disfrutando nuestra adolescencia, fugaz cuando la crees eterna. Tomaba fotos con mi cámara analógica, pequeños instante sin retoques, sin ediciones, solo lo que mi pulso y mi mente anhelaban capturar para siempre en esos fotogramas. Sin juzgar al mérito de crear y postear. Incluso mi viaje tenía un propósito de crear contenido, principalmente porque me quiero dedicar a eso. Aun así, ahí frente a todo, no quería pensar en grabar, en ángulos, en lo más aesthetic, no. Solo quería disfrutar el presente y ser parte de él.
Y como un hermoso regalo, un pequeño amigo nos hizo el honor de regalarnos su presencia.


De vuelta en el departamento. Ricardo y yo nos preparábamos para salir esa noche al centro de la ciudad. Aunque mi cuerpo gritaba y rogaba descanso, no podía soltarle la mano y dejarlo a su suerte. Terminando de arreglarme, me doy cuenta de la actitud de mi amigo. Disociada y pensativo. Un poco a mi actitud en el boliche la noche anterior – Pasa algo? – pregunto.
– No, nada. Solo… que necesitaba mucho este viaje, gracias por recibirme – me acerqué y me senté a su lado. Palabras que, denotaban agradecimiento, también gritaban comprensión. Una necesidad de ser escuchado – Quieres hablar? – subió la mirada y sonrió.
Terminar una relación es difícil, no me lo digan. Mi mera necesidad de escribir de nuevo surgió de la misma agonía, de pensar una y otra vez cosas que no tienen sentido, en busca de respuesta, en busca de deshago. Me dolió verlo, contar su historia de principio a fin, como se conocieron, cuanto duraron y como todo acabo. Su voz quebradiza resaltaba el dolor, la herida que aún estaba fresca. Tal vez este viaje era su escape, su forma de no pensar. No es, lo que todos buscamos en algún punto?
– El problema es que me siento como una mala persona Andres – Me miro directo a los ojos, esperando que yo constatara o desestimara esa afirmación. Era una mala persona? No lo sabía. No lo conocía lo suficiente, pero si sabia algo y fue lo que dije:
– Sabes no eres mala persona, por elegirte a vos – aún seguía dudoso – Aun lo amas? – le causo gracia mi pregunta, pero asintio y suspiro resignándose a hablar del tema – Entonces ¿por qué dejarlo?
– Porque aunque lo amo… quiero una vida, que no es la que el busca o el quiere. Y odiaba sentir que lo tenía que obligar a hacer cosas que él no deseaba. Aun así, el las hacía, solo por hacerme feliz. No quería dejarlo, aun no quiero – por un poco se quebró, pero se contuvo. No quería sentirse débil ante la situación, aunque me abría su corazón, no quería mostrar vulnerabilidad del todo – Pero sé que es lo mejor… y por eso el me odio.
– No te odia.
– Si me odia, me lo dijo – me reí – Claro… si le terminaste, no puedes esperar que te aplauda. Pero no te odia amigo, no lo hace, te lo digo por experiencia propia.
Que complicado el mundo de las relaciones, especialmente cuando terminan. Unos odian, otros reprochan, se lastiman, se arreglan, se vuelven a separar. Son infinitas cantidades de universos entre dos individuos. Historias con narrativas distintas, en el camino se cruzan.
Y es injusto, a veces, solamente empatizamos con un lado, con una perspectiva. Claramente me refiero cuando las partes no fueron autodestructivas con el otro. Simplemente cuando la historia llego a su fin, no hay más páginas. Vuelven a ser dos libros distintos, individuales, por separado. Pero muchas veces, solo leemos uno de ellos. Sin entender ni comprender el otro, que hizo, por que lo hizo. Como lo vivió. Y verlo a Ricardo sufrir, incluso por un amor que no deseaba dejar ir, pero sabía que era lo correcto, era valiente. Mas que quedarse por el conformismo y la comodidad. Proliferan relaciones llenas de miedo, conformismo y comodidad.
– Estas seguro que no me odio entonces? – estaba tan preocupado por eso, no debe dejar de maquinarlo en su cabeza – Tal vez hoy el sienta que es así, pero después te vas a dar cuenta que no, no lo hace. Ahora vístete y vamos a tomar un poco – Y luego de ese momento de verdades, nos fuimos a disfrutar la noche carioca.
Nos encontrábamos en Lapa, en medio de una feria, llena de comida, Caipirinhas y mucho música. Cuando a lo lejos escuche unos cantos hermosos. Ricardo me agarro directamente y me dirigió hacia ellos.
– Mira ellos son artistas, pero son de la religión Umbanda. Lo que están cantando, son oraciones, así se reza, mediante danzas y cantos – Era algo tan hermoso de ver. Como danzaban, como la música se convertía en una especia de rito para ellos y las personas que los rodeaban. Como si de verdad ellos representaban lo religioso, lo divino. Ellos eran comunidad y en comunidad invitaban a todos a ser. Celebrar, bailar, cantar. No estabas solo.
Que sería de ese día, de esa noche sin Ricardo, no lo sé, no lo tengo que pensar. Pero fui muy feliz en poder compartir esos días con él, así como con los demás. Podía decirle que no, pero mil veces si esta en mis posibilidades, diré que sí. Con una Caipirinha, música Umbanda y un amigo que curaba su corazón roto. Termine mi segunda noche en Rio.
Paso casi un mes desde que subi el ultimo escrito de esta serie. Junio fue complicado, mudanzas, problemas, procrastinacion, pero basta de excusas. La otra semana, subo la siguiente parte. Si estas por ahi, gracias por leer. Besos